– El actor, quien llega a su quinta década, se dice orgulloso del camino que ha transitado hasta ahora para hallar la paz
Gabriel Soto ha pasado por muchas etapas. Fue modelo, cantante pop, galán de telenovelas, padre, esposo, exesposo. A los 20 estaba de gira con un grupo juvenil. A los 30, era uno de los rostros más reconocidos de la televisión mexicana.
Hoy, que cumple 50 años, no sólo mira hacia atrás: también hacia sí mismo. Reconoce que ha habido miedo, desgaste… y un largo camino para hallar la paz.
“Los 49 me pegaron. Me vi al espejo y dije: ‘Ya no soy el mismo’. Empecé a cuestionarme muchas cosas. ¿Qué quiero? ¿Con quién estoy? ¿Qué tanto me cuido?”, cuenta en entrevista con EL UNIVERSAL.
Lo cierto es que desde fuera, Gabriel sigue conquistando con sus 1.85 metros de estatura, ojos azules y ese porte que lo convirtió en galán de pantalla. Pero detrás de esa imagen, reconoce, hubo una sacudida que lo obligó a replantearse todo.
“Empecé con un tema en las cervicales, de repente me diagnosticaron hipertensión, luego plaquetas altas. Me hicieron una punción en la médula ósea. Incluso pensé que tenía cáncer. Caí en una depresión terrible”, confiesa.
Salir de ese momento oscuro no fue inmediato. Durante semanas, Gabriel dice que se sintió drenado, sin fuerzas ni motivación. Y fue entonces cuando pensó en lo más importante: sus hijas. Elisa Marie y Alexa Miranda, fruto de su relación con la actriz Geraldine Bazán fueron su mayor motivación.
“Me ayudaron a salir. Pensar en ellas fue clave. No podía quedarme tirado”, dice.
Con ese impulso, cuenta, comenzó a reconstruirse desde otro lugar. Rechazó proyectos que ya tenía sobre la mesa, se alejó de las cámaras por voluntad propia y se dio el tiempo que nunca antes se había concedido para reencontrarse.
“Nunca había pasado tanto tiempo sin grabar. Fue raro, pero lo necesitaba. Venía de varios proyectos seguidos y ya no estaba disfrutando igual. Este descanso me ayudó a reconectar con mi pasión”, cuenta.
“He hecho retiros espirituales, he ido a terapia, me he metido a cursos. Cosas que antes no hacía. Antes vivía muy hacia afuera, preocupado por encajar. Ahora quiero trabajar más en mí, en el amor propio, en ser más compasivo, más empático”.
Otra forma de habitarse
Una de las primeras cosas que le dejó a Gabriel ese tiempo fuera de cámaras fue una nueva manera de mirarse cada mañana.
Durante años, su imagen fue parte esencial de su trabajo: el físico, el peinado, el cuerpo marcado, el rostro sin líneas. Reconoce una presión constante por verse como si el tiempo no pasara. Pero el descanso le permitió bajar esa guardia.
“Hoy abrazo mis canas, mis arrugas, mis errores. Todo eso me ha traído hasta aquí”, dice orgulloso.
“Antes luchaba mucho con eso, sentía que tenía que verme siempre perfecto, como si no tuviera derecho a envejecer. Pero ya no. Ahora me gusta lo que soy, me reconozco en el espejo, con lo bueno y lo malo. Me importa más estar bien por dentro que mantener una imagen”.
Claro que no todo es ideal. En el plano sentimental, su ruptura con la actriz Irina Baeva —tras casi seis años— fue pública y compleja. Gabriel prefiere enfocarse en lo que ha aprendido.
Hoy se encuentra grabando Monteverde, su nuevo proyecto televisivo. Está tranquilo, trabajando, cerca de sus hijas y con una mirada distinta sobre sí mismo.
“No pienso tanto en lo que viene. Me interesa más el presente. Hoy estoy sano, con mi familia, tengo un proyecto que me ilusiona. En paz. Y eso ya es mucho”, reflexiona.