Spencer especula sobre el fin de semana en que Diana tomó un nuevo rumbo
La vida de Lady Di (1961-1997) hace tiempo que dejó de pertenecer a la realidad para convertirse en una suerte de obra de teatro donde quien quiere quita o agrega, cada que se puede, hechos sin confirmar. Es un mito, pues.
El disparejo director Pablo Larraín, para su noveno filme, Spencer (2021), quiere replicar el éxito de Jackie (2016). Pero en lugar de recurrir al escritor forjado en lides periodísticas Noah Oppenheim —quien logró una intensa exploración sobre la esposa de JFK tras el asesinato de éste—, recurrió al convencional guionista Steven Knight.
Y no es lo mismo la súbita viudez de Jackie, que la razón por la que Diana Spencer (Kristen Stewart) se divorció del príncipe Carlos (Jack Farthing).
Teniendo como única aliada a su conciencia encarnada en la mezcla de entrometida hada madrina o sabia mucama Maggie (Sally Hawkins), qué sucedió entre Diana y su familia política la Navidad de 1991 es sobre lo que Spencer especula.
Larraín filma espléndida e inspiradamente con la cámara en plan de siniestro espejo que revela a Diana una “realidad” llena de añorados lugares comunes. Aunque, al ser hija del octavo conde de Spencer, los desconocería.
El personaje brilla por la sobresaliente actuación de Stewart, en camino al Oscar. Gracias a su enérgica e intrincada representación, los defectos del argumento quedan ocultos. Pero la Diana real no es reivindicada: la tesis confirma las opiniones de su familia política.
Larraín dirige por nota esta esquemática fantasía sobre el seudo documentado momento clave de una mujer más compleja de lo que se cree. Igual que la amarillista prensa chismosa, antes que interesarse por la verdad, prefiere el mito del ícono más rentable de la dinastía Windsor. Y ese infeliz matrimonio se parece a aquella canción de José Alfredo Jiménez, “Amarga Navidad” (“diciembre me gustó pa‘ que te vayas”).