– En retrospectiva, la bailarina desentraña lo que le ha significado ser mujer en México, desde sentirse cortejada, hasta sufrir de abuso sexual
Lyn May camina segura y viste elegante; contrasta un poco con el personaje que vemos en la televisión. Es disciplinada y se le nota: se levanta todos los días a las cuatro de la madrugada para trasladarse de Morelos a la Ciudad de México con el fin de asistir a sus clases de ballet.
No parece una persona de 71 años; se ve que ha habido una vedette en su andar. Por eso recuerda con emoción la época de los 80, cuando escuchaba los aplausos en el Teatro Blanquita y, mientras las cortinas se cerraban, uno de los muchos que la pretendían la esperaba con un abrigo de mink. “Así te enamoraban antes”, destaca.
Hoy disfruta la paz de la naturaleza en la Hacienda de Temixco, desde donde charla con EL UNIVERSAL. Opta por hablar de aquellos días en los que se sentía la reina de la noche en México; de la sensación de acaparar todas las miradas, desde la persona más humilde, hasta nombres como Vicente Fernández o Tin Tan.
En especial, comparte su opinión sobre las dificultades de ser mujer en México, no tanto como estrella de las noches de cabaret, sino desde su origen como Liliana Mendiola, la niña acapulqueña de ascendencia china que vivió pobreza a los pies de La Quebrada, junto a sus cinco hermanos.
La misma que, a sus 14 años, fue obligada a casarse con su abusador sexual, un marino de 42 que la cortejó siendo niña, prometiéndole descubrir el mundo; el que la violó y golpeó.
Usted fue muy valiente al denunciar el abuso sexual que vivió en aquella época…
Al principio yo no sabía nada, pero me violó el tipo. Me dijo: “Te voy a llevar a que conozcas La Villa y todo México”. Y yo, como estaba muy pobre y trabajaba muchísimo, quería salirme de la familia en la que estábamos tan pobres, le seguí la corriente y me vine con él. Yo siendo una chamaca con tan poquita edad y él ya un hombre viejo. Sí me llevó a La Villa, pero después al hotel y ahí me violó.
Debió ser una experiencia traumática…
Imagínate, ¿cómo denuncias, si era una niña de apenas 14 y medio años? ¿Cómo lo denuncias si tu familia está en Acapulco y él me trajo a México? Mi familia le echó a la policía… pero nos casaron en lugar de protegerme. Hubiera preferido que no me casaran, porque me golpeó hasta que quiso. Yo no sabía hacer nada de sexo y me decía: “Eres una chamaca estúpida”. Le tenía pavor, estuve tres años ahí.
¿Y cómo ve esa situación ahora? ¿Qué le aconsejaría a las niñas y jovencitas que están pasando por algo similar?
Hoy ya son otros tiempos; las cosas van cambiando. Les diría que denuncien, que no se queden calladas. Que tengan cuidado sobre todo, con las redes sociales, que no se crean de los hombres. Porque ahí alquilan hasta hombres guapos para que enamoren a las niñas y luego las ponen a trabajar en la calle. Que, por favor, no se crean de los hombres que les escriben.
Cuando usted comenzó, ¿quién la apoyó?
Nadie me apoyó, empecé desde abajo. Haciéndole cuadro a Raúl Velasco, éramos 12 chicas y ellos me conocieron en Acapulco, bailando a go-gó en un lugar que se llamaba El Zorro. De ahí me trajeron al programa porque estaba guapa y joven; estuve tres años.
¿Cuál es su mejor recuerdo de su época como vedette?
Todos son bonitos recuerdos porque era otra época. Andábamos más libres, salíamos a la calle a cenar a veces a las cuatro de la mañana que yo salía del teatro. Era una cosa que yo digo, ¿cómo no regresa esa época? No sé por qué dio un vuelco tan grande nuestro país, pero ahorita estamos totalmente al revés. Esa época era muy feliz, yo hacía el cabaret, luego el teatro Blanquita y luego hacía cine.
¿Quién fue la persona más importante en aquella época?
Todas eran lindas personas. Piporro, que trabajábamos juntos en el Teatro Blanquita; Resortes, también lo recuerdo del sketch. Con Carmen Salinas estuve en el Blanquita, un lugar donde me enamoré de varios. Ahí conocí a un marido precioso que fue Guillermo Calderón; ahí conocí a un esposo chino con el que me casé de blanco.
Uno también muy importante con el que también anduve un año, mientras estuve en el ballet del Tropicana México, fue Tin Tan. Tuve muchos maridos muy buenos porque yo los escogía. Hoy en las redes me escriben: “Me quiero casar contigo”. Traigo varios enamorados, pero siempre les digo: “Ya no soy aquella que conociste hace 40 años”, pero a ellos no les importa. Son cosas bonitas, siguen siendo halagos para mí.
¿Cómo la cortejaba Tin Tan?
Ya sabes cómo eran los hombres antes: te mandaban una flor, una orquídea al camerino; te mandaban un ramo de flores; al día siguiente te mandaban un perfume, pero de esos perfumes caros. No como ahora, que [dicen] “Hola, chula, ¿me las das?” Eso ya no va conmigo.
Eran los hombres caballeros, te abrían la puerta y luego, cuando ya los conocías, algunos te decían: “Mira, te voy a cambiar el carro, ve y escoge el color y yo en la tarde voy y lo pago”. Ahorita, ¿dónde te encuentras un hombre de esos?
¿Cree que la época de oro de las vedettes podría regresar?
Sí puede volver esa época, pero sólo si hay un presidente con muchos huevos para hablar claro y que cambie a México. Porque México está ahorita agonizando; si tuviéramos un presidente que hable sobre la violencia y sobre que nos estamos muriendo de hambre… Vas al mercado con mil pesos y traes cinco cosas.
¿Qué es lo que queda de aquella época de los clubes nocturnos y las vedettes?
El único destello de luz de aquella época que queda soy yo porque sigo sacando mis trajes de lentejuela, enormes, con canutillo y pedrería.
En todo sigo igual y sigo cuidándome, sigo bailando, actuando. Ahora ya grabé ocho discos, estoy sacando dos temas que son de Teodoro Bello, que es el mejor compositor de los Tigres del Norte; son corridos bien hechos y van a durar toda la vida. Porque los corridos tumbados son pasajeros, pero también hice otro tipo de música, que es el reggaetón.
Sigo en el candelero, pero ya no es como antes. El México lindo y querido ya se acabó.