El compositor mexicano Agustín Lara nació hace 124 años, pero antes de ser elogiado como el gran músico poeta sufrió carencias que se convirtieron en una fuente de inspiración.
Agustín Lara odió la fama cuando una niña de apenas seis años se acercó a él e insistentemente le pidió que tocara su canción llamada “Pervertida”, para entonces, el músico poeta que había pasado gran parte de su vida entre carencias y ambientes promiscuos tocando el piano en casas de citas, cantinas y cabarets, ya se presentaba en salones de fiestas y en lugares de más alcurnia, pero su pasado siempre marcó la temática de sus canciones.
La noche y las mujeres fueron fuente de inspiración para el artista mexicano nacido en el centro de la Ciudad de México el 30 de octubre de 1897, el músico compuso muchos de sus temas en medio de las penumbras y con la luz de un viejo farol, ese que le sirvió para escribir “Farolito”, uno de sus mayores éxitos.
Pero antes de que “Farolito” iluminara su camino, el tema “Imposible” le brindó mieles de éxito, pues fue la primera canción que le grabaron, fue en voz del trío Garnica-Ascensio; por cierto que cuando se trató de pagarle por su composición, nadie sabía quién era el creador ni dónde podían encontrarlo, fue Emilio Azcárraga Vidaurreta quien tuvo que recurrir a varias personas para que localizaran al entonces “nuevo compositor”.
Agustín Lara siempre tuvo un gusto especial por la música, tocar el piano se volvió un deleite para él, una especie de refugio espiritual y aunque no fuera bueno para leer las notas, sí sabía tocar a la perfección las canciones que le ponía a estudiar una maestra que tuvo en su niñez.
Después de que pudo librarse de la educación militar a la que su padre deseaba someterlo, Lara emprendió una aventura en la que antes de encontrar el aplauso y el reconocimiento, padeció la pobreza, la soledad y la miseria, elementos que forjaron su alma de poeta que tanto fascinó a México y al mundo.
Los “trucos de pobreza” de Agustín Lara
Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano Alfonso del Sagrado Corazón de Jesús Lara Aguirre y del Pino, mejor conocido como Agustín Lara, tuvo que sobrevivir a las carencias en los inicios de su carrera artística, sobre todo cuando vivió en Puebla tras irse de la Ciudad de México después de que una prostituta, con la que había tenido un romance, le hizo una herida en el rostro.
En una serie de entrevistas que el compositor le dio a «El Universal Ilustrado» en los años 30, contó que vivía en un hotelito arrabalero, el invierno en específico fue cruel con él porque no tenía con qué cubrirse el frío, por lo que tuvo que ingeniárselas para poder sortear este problema además del hambre.
Ingeniosamente, Lara tomó prestada la cobija de su cama de hotel y se la llevó para poder abrigarse camino al cabaret y cuando terminara el espectáculo. Tuvo suerte porque nadie se dio cuenta que guardaba dicha cobija en una pequeña maleta que en el cabaret usaba como asiento mientras tocaba el piano.
“Adquirí una petaquilla de las que se usan comúnmente para guardar archivo musical. En ella, antes de salir de mi cuarto, guardaba yo el zarape. Salía del hotel y. al llegar a la esquina, extraía inmediatamente el zarape y me embozaba. Antes de llegar al cabaret volvía a guardar aquel providencial abrigo, y para que nadie descubriera mi secreto de pobreza, colocaba cuidadosamente la petaquita sobre el banco del piano y me sentaba sobre ella, al salir de mi trabajo repetía la operación del zarape”, detalló.
Agustín trabajaba de nueve de la noche a tres de la mañana, así que por las tardes le gustaba disfrutar de la quietud de los parques con su peculiar ambiente provinciano, ahí escribía versos y soñaba hasta que la incomodidad de la banca del parque lo corriera, entonces cenaba lo que se topara en el camino antes de comenzar su jornada nocturna.
El también llamado “Flaco de oro” tenía otro infalible truco de pobreza que le ayudó a mantener la imagen pulcra que siempre le gustó; así que el único traje que tenía lo cuidaba como la niña de sus ojos, por lo que al quitárselo lo guardaba en un lugar específico para que al día siguiente estuviera intacto: lo ponía debajo del colchón.
“Mi guardarropa se componía de un solo traje, el que llevaba puesto. Cuando no había para la planchada, colocaba, al acostarme, mi pantalón debajo del colchón para que, al levantarme, la raya estuviera impecable”, detalló.
Así nació “Farolito”, una de sus famosas canciones
Agustín Lara no era extrovertido, al contrario, hasta cierto punto fue feliz siendo anónimo junto a su amado piano, en ese tiempo cuando aún no era reconocido y sus temas no sonaban en la radio, sus compañeras de sueños eran las mujeres de la vida galante que al igual que él se la pasaban en los cabarets ganándose la vida.
“Allí soñé mis primeras canciones que tuvieron por oyentes a las muchachas lánguidas y tristes, desdeñadas por la clientela de la noche, aquellas pobres chicas ojerosas y hambrientas que a pesar de la realidad de su destino, tenían tiempo para soñar conmigo”, recordó.
En una de esas tantas veladas en las que a pesar de su limitada situación Lara nunca perdió el amor por la poesía ni la locura por la música, le llegó la inspiración, así que tomó la tapa de una caja de zapatos y se puso a escribir la letra de una canción que titularía “Mujer”.
Mujer, mujer divina,
Tienes el veneno que fascina
En tu mirar.
Mujer, alabastrina,
Eres vibración de sonatina pasional.
Tienes el perfume de un naranjo en flor,
El altivo porte de una majestad.
Sabes de los filtros que hay en el amor
Tienes el hechizo de la liviandad.
La divina magia de un atardecer
Y la maravilla de la inspiración.
Tienes en el ritmo de tu ser
Todo el palpitar de una canción,
Eres la razón de mi existir, mujer.
La divina magia de un atardecer
Y la maravilla de la inspiración.
Tienes en el ritmo de tu ser
Todo el palpitar de una canción,
Eres la razón de mi existir, mujer.
La letra del tema “Rosa”, por ejemplo, nació tiempo después, cuando en una gira por Guadalajara una hermosa rosa dentro de una vasija de Tlaquepaque llamó la atención del compositor.
“Farolito”, uno de sus temas más exitosos, nació de una de las realidades más difíciles para Agustín Lara: la penuria que se respiraba en uno de los barrios donde vivió, lugar en el que la lodosa calle alumbraba sólo con un farol a los niños que gustaban de jugar béisbol.
En 1935, Lara contó a «El Universal Ilustrado» que este peculiar sitio había sido testigo de las veces en las que no traía ni un centavo en la bolsa del pantalón, o de cuando volvía cansado de trabajar a las tres de la mañana.
“Era un farol antiguo que servía para alumbrarla. Desdichado farol sin cristales, y a veces sin foco, por culpa de los pelotazos de los jugadores, o bien por causa de las pedradas de algunos desocupados que se dedicaban a ensayar su puntería”, precisó.
Cuando Agustín Lara tuvo la suerte de que lo escucharan ciertos personajes, su vida cambió y regresó a aquella calle del farolito, se bajó de su automóvil y las palabras brotaron de su corazón, así que compuso un homenaje para el arrabal, ese arrabal que a pesar de todo fue una de sus musas.
“Detuve mi auto y como antaño, caminé por la callecita haciendo recuerdos. Se me ocurrió escribir algo que sirviera de lema para una canción sobre el arrabal, ese arrabal nuestro tan pobre pero lleno de fuerte colorido”, se sinceró.
Farolito, que alumbras apenas
Mi calle desierta
¿Cuántas noches me viste llorando
Llamar a su puerta?
Sin llevarle más que una canción
Un pedazo de mi corazón
Sin llevarle más nada que un beso
Friolento, travieso, amargo y dulzón
Sin llevarle más que una canción
Un pedazo de mi corazón
Sin llevarle más nada que un beso
Friolento, travieso, amargo y dulzón.