A 104 años del nacimiento de Pedro Infante, recordamos el día que el actor se sonrojó por las palabras que le dedicó su mamá en un camerino del Teatro Lírico
Una noche de agosto de 1952 Pedro Infante terminaba su temporada en el Teatro Lírico, ubicado entonces en la calle República de Cuba el Centro Histórico de la Ciudad de México, donde el cantante, gran consentido del público, no sólo disfrutó del aplauso de la gente, sino que en el camerino lo esperaba alguien muy especial, la mujer de su vida: su madre.
La señora Maria del Refugio Cruz Aranda le llevaba ropa y sábanas a su hijo que recién se había separado de su esposa María Luisa León, resulta que el cantante ocupaba sábanas para cubrir los muebles de su nueva casa ubicada en la carretera de Toluca, era una hermosa finca con una piscina casi olímpica. Su madre estaba muy feliz porque su hijo le había comprado hace poco una casa en Lindavista, donde su numerosa familia iba a visitarla.
Doña María del Refugio tuvo 15 hijos, y en aquel año sus nietos eran más de 60, así que no faltaba quién la visitara, y a pesar del buen nivel de vida que para entonces tenía la familia proveniente de Guamúchil, la sencillez era algo que no habían perdido, en aquella charla, la madre de Pedrito recordó los momentos de pobreza, en ellos, su Pedrito siempre estuvo a su lado.
Con apenas seis años, Infante supo lo que era trabajar y a pesar de que era muy pequeño, ayudó a su madre que se dedicaba a coser.
“El pobrecito de mi hijo ha trabajado conmigo desde chiquito, allá en Guamúchil cuando apenas tenía seis años me ayudaba infatigablemente, nos daban las tres de la mañana, yo sentada en la máquina de coser, y él sosteniendo la lámpara de gasolina para alumbrarme porque no teníamos luz eléctrica”.
Para 1952, Pedro Infante era toda una estrella consagrada, había triunfado con muchos éxitos cinematográficos como “Nosotros los pobres”, “Los tres García”, “Angelitos negros” y “Dicen que soy mujeriego”; se cotizaba en el mercado del cine nacional y le iba tan bien que a sus padres los recompensaba con costosos regalos como automóviles y propiedades.
“Hasta la fecha sigue siendo el mismo y gracias a él, tenemos una vejez feliz tranquila su padre y yo. Mire usted, cada 10 de mayo, él me regala un automóvil nuevecito y no hay día que no me pregunte si no necesito algo y si hay cosa que nos haga falta”.
La madre de uno de los galanes predilectos de la Época de Oro del cine mexicano logró sonrojar a Pedrito con los halagos y los reconocimientos a su caridad, a pesar de que a Infante no le gustaba que se supiera lo que hacía para ayudar a la gente.
“Aquí a mi hijo no le gusta que se sepa lo bueno que es, y no nada más con su familia, porque es de los que practican la caridad sin mirar a quién”.
Pedro Infante probó suerte en varios oficios, fue bolero, mandadero y hasta peluquero, cuando ya era un actor consagrado no sólo ayudó a su familia, sino a desconocidos, como fue el caso de los habitantes de Guamúchil, donde Infante construyó una escuela.
“Allá en Guamúchil él ha mandado construir una escuela que va a regalarle al pueblo y esto nadie lo sabe. Si yo le contara todas las cosas buenas que hace mi hijo no acabaría. Nunca ha dejado de trabajar desde chiquito y aquí donde usted lo ve ha sido de todo: bolero, mandadero, peluquero”, contó su madre.
La señora María le hacía compañía a su hijo mientras le tocaba pasar al escenario del Lírico, así que en aquella conversación, la madre de Infante desempolvó los recuerdos de cuando su hijo se iba a las rancherías con tijeras, peine y navaja en mano a cortar el cabello y así traer a la casa algunas monedas.
Sobre el accidente aéreo del que Pedro Infante salió con vida, doña María dijo sentirse agradecida con Dios porque su hijo siguiera con vida. Tras el siniestro, Infante se operó el cráneo que le había quedado abollado; el cirujano le colocó una placa que cubría una buena parte de su frente.
“Una prueba de que Dios lo acompaña en todo momento y le tiende la mano, está la forma milagrosa como salió con vida de de aquel accidente cuando su avión se descompuso en pleno vuelo y tuvo un aterrizaje forzoso ¿Cuántos hay que no salen con vida de accidentes menos graves? Y ahí tiene usted a mi hijo completito y cabal”, expresó complacida.
El público aclamaba a Pedro Infante, el momento para que saliera al escenario llegó en medio de halagos y palabras amorosas de su madre, a quien Pedrito besó en la mano antes de levantarse y salir ante el público; entonces, doña María Luisa le dio la bendición y le dio las últimas recomendaciones para cubrir los muebles de su casa en Toluca.
Amoy y miseria
María Luisa León fue la primera esposa de Pedro Infante y la mujer que lo acompañó hasta su última morada en el Panteón Jardín, a pesar de que el actor y ella ya no estaban juntos. María Luisa y Pedro iniciaron su romance cuando él aún no era famoso.
En entrevista con El Universal en 1971, María Luisa habló sobre su tesoro más valioso: el amor de Pedro Infante.
La charla con la primera esposa de Pedro se realizó en la que fuera su primera casa, ubicada en la colonia Narvarte, ahí, María Luisa enseñó valiosos objetos del cantante, entre ellos un piano en el que muchas veces ensayó sus canciones, así como la primera guitarra que compró.
María Luisa y Pedro se conocieron en Culiacán, cuando él era crooner de una orquesta, ella renunció a las comodidades para acompañarlo en el camino del artista y la fama, recuerda que su principal motor fue el amor.
“Sólo teníamos amor, juventud y miseria, tres fuerzas para seguir adelante”, confesó en aquella ocasión en la que se cumplían catorce años de la muerte del artista.María Luisa siempre supo que Pedro tendría un gran futuro en la música, y le auguró éxito desde el inicio.
“Creo que desde que le escuché cantar la primera vez, sabía y creía en su voz tan hondamente sentimental. Una noche llegó con un traje, había estado en el Teatro Colonial y ganó un concurso. Palillo le premió con el traje, yo le pregunté qué habían cantado y me contestó que Nocturnal…esa fue nuestra canción de la buena suerte”, confesó.
“Cuando trabajaba en un cabaret del Hotel Reforma, yo misma le vestía y le peinaba, entonces, él me preguntaba muy animoso: ‘¿Cómo se mira tu viejito?, y yo le decía: ‘Muy guapo, Pedro, guapísimo; pero no quiero que te vuelvas vanidoso’. Y él siempre fue sencillo, obediente…me pedía un beso y una bendición. Con él viví realmente una novela , mi novela de amor”.
María Luisa desenterró sus vivencias y confesó que la mejor etapa que vivió con Pedro fue cuando eran pobres, “deveras muy pobres”, y recordó que cuando ya estaban casados comían sólo una vez al día, en aquél tiempo, por 50 centavos se llevaban a la boca un “banquete” que consistía en sopa caldosa, arroz, guisado, plátanos con crema y café.