En «El hijo del capitán Trueno» el cantante explica cómo fue vivir con sus padres cuando era niño
Es complicado. No es el mejor momento para hablar con Miguel Bosé. Él está ahí, atento para ser entrevistado, pero luce cauto ante las palabras, como alguien que debe capotear embestidas, esas que se han incrementado en especial en España desde que externó su polémica postura contra la pandemia del Covid-19.
Así que Miguel Bosé de hoy, que en 2013 fue la Persona del Año de los Latin Grammy, pero antes fue el tejedor de 30 millones de discos vendidos o el joven pícaro de “Morir de amor”. Ese Miguel es ahora una estrella titilante, que se rehúsa a más polémicas.
Por eso es mejor hablar con su yo de pequeño, con Miguelito, Miguelón, Miguelino, Miguel… como le llamaban en casa antes de todo.
“En mi infancia, lo que había que hacer cada día antes de desayunar era sobrevivir”, se explica en entrevista. “A estos dos monstruos sagrados. A estos dos dioses que, en la época, eran mi padre y mi madre. Todopoderosos. Unas personalidades arrolladoras que eclipsaban cualquier cosa que tuviesen en sus alrededores… y sus hijos, los primeros”.
Miguel dice que no fue fácil no ahogarse entre tanta locura, menos crear una personalidad distinta a la de sus padres, al gallardo torero Luis Miguel Dominguín y a la musa-actriz, Lucía Bosé. Tampoco transitar por años inciertos, en los que veía pasar a moles como Sophia Loren, John Wayne y Pablo Picasso.
¿Cómo florecer entre tanta figura? Dice que necesitó mucho “ADN y carácter” para no perderse, en especial “determinación”: “De pequeño parecía débil, frágil, esa cosa que decía mi padre: ‘Este no es hijo mío’. Porque él requería un heredero para el clan Dominguín, que tuviese más… más testosterona”, cuenta.
“Yo no la tenía. Tenía una parte, la que luego he desarrollado, más creativa, esa parte que era sobresaliente y que él no supo entender. Pero sí estaba determinado a que me dejasen en paz, a no ser trastocado por estas energías”.
Bosé ha querido hablar de todo ello en su nuevo libro de memorias, El hijo del capitán Trueno, de editorial Grupo Planeta.
Inicia contando la anécdota de un niño, Miguelito, temeroso en medio de una discusión entre sus padres, el que tuvo que entrometerse en esa pelea, vencer sus miedos y decirle a un padre colérico: “¡No papá! ¡No te atrevas a tocar a mamá o te mato!”
“España ha cambiado”, dice en referencia al machismo con el que creció, a la rigidez social en temas como el respeto a la mujer y minorías. “Ha cambiado totalmente, al inicio de mi carrera tomó impulso una transición y ahí empezó una democracia. Dejamos la dictadura, los viejos hábitos, y nos empezamos a incluir en Europa”.
Pese a todo, hay algo que Miguel Bosé envidia de Miguelito: que pese a ser hijo de dos de las figuras más importantes de su época, y aunque vivió muchas situaciones que recién plasma en sus memorias, tuvo una infancia desapercibida del ojo público. Los niños de celebridades de antes no importaban a los medios.
El propio Bosé ha sido hermético al hablar del término de su relación de 25 años con Nacho Palau y de sus cuatro hijos.
“Ser hijo de una figura hoy es mucho más duro. Los hijos no solamente tienen que sobreponerse a los padres, a la sombra alargada de cada uno, también a todo el impulso y la presión mediática, es más duro hoy”, se lamenta, ya no como Bosé el artista, ni como Miguelito, sino como Luis Miguel González Bosé.